Eglée Ortega Fernández
El Ahuehuete, el árbol más longevo de Madrid
Cada mes de abril se reunían para celebrarlo. Su cumpleaños era de las fechas más importantes del año. Todos vinieron desde varios puntos de la ciudad a visitarlo en los Jardines del Buen Retiro, era impensable faltar a esta cita.
Sus compañeros del parque habían organizado recorridos por el jardín francés que le rodeaba y él estaba allí en todo su esplendor, mostrándose a todos como el árbol más imponente del lugar.
Mario salió más puntual de lo habitual de su trabajo, sus frenéticos días en la empresa nunca le permitían salir antes de las 8 de la noche, pero sabía que ese día le esperaba un largo camino.
La reunión era crucial para el negocio y debía estar muy puntual, por lo que le esperaban seis horas de camino para luego tratar de descansar un poco y estar a tiempo para la cita.
Ya en el coche, puso el GPS. La ruta era la 520, una ruta nueva para él, pero su mapa virtual le indicaba que ahorraría al menos treinta minutos. Al adentrarse en la vía se dio cuenta que no era una autovía sino una carretera nacional, con poca señalización y muy mal iluminada.
Luz, así le llamaron, aunque no está muy claro quien la bautizó. Cuando pequeña, era una niña muy alegre que parecía tener brillo propio y, conforme fue creciendo, esa energía la sentían todos aquellos quienes se le acercaban.
Para ella misma, su propia luminosidad no pasaba desapercibida y a veces sentía que tenía su propia gravedad, se veía a si misma como flotando en el espacio.
Su magnetismo era único y todos en su familia le decían que viviría millones de años, y se maravillaban por esa aura extraordinaria que la rodeaba siempre. En la escuela eso tampoco pasaba desapercibido, pero ciertamente en su clase todos tenían algo especial.
Esa mañana, sus ojos lo descubrieron detrás de un libro en aquel vagón. El abrigo le pesaba y ella tenía el presentimiento de que no sería un buen día, pero aquel descubrimiento fue como luz en la niebla. Buscó su mirada, intentó atraerla con la mente, pero no lo logró. Cuando se abrió la puerta y él bajo del vagón, desde el lado opuesto, ella no podía creer que lo perdería. Justo antes de arrancar a la siguiente estación, él levantó la mirada y la clavó en ella de una forma tan especial, que ambos supieron que sólo era el comienzo.
(Microrelato)
Hace tres años que no me daba un paseo por aquí, ahora en época de estar en casa consigo un ratico para releer mi blog que comenzó su intermitente andadura en 2013.
Después de releer, en modo correctora puse acentos, quité comas y cambié palabras, pero me gusta darme cuenta que las ideas son las mismas, y que me sigue inspirando reflexionar cómo el universo conspira.
Los que me conocen saben lo que me gusta viajar, pasear, conocer, como a la mayoría (creo yo), y siempre que lo hago termino con muchas ganas de escribir sobre las cosas que he visto por ahí.
El mes pasado, lo que comenzó como un viaje para la renovación de un documento, se convirtió en unas mini vacaciones de 4 días, por 6 ciudades con más de 25 kilómetros en caminatas, sin contar con los que rodamos en el carro.
Irse por gusto, irse obligado, irse por decisión propia, irse por decisión de otro… Son muchas las razones por las cuales alguien decide “irse” de su país, y en estas razones está la clave para ver un poco el futuro que le depara ese nuevo sitio que ha escogido, o que le ha escogido por razones de la vida.
Por cosas que no vienen al caso, he conocido de cerca casos de personas que han terminado “atrapados” por sus propias decisiones de inmigración al ver que no tienen manera de renovar su pasaporte por ejemplo, pero cada caso es un mundo, y así como hay unos que deciden seguir adelante en su nueva vida, otros tantos siguen luchando con ese deseo de seguir avanzando en sus proyectos, donde un pasaporte que les permita movilidad es vital.
Ser agradecidos nos permite ver más allá de lo malo que nos sucede. Cuando expresamos gratitud por las cosas buenas que tenemos estamos abriendo la mente a la felicidad y a la actitud positiva, por eso es tan importante.
El último post lo hice en diciembre de 2013… Es mucho lo que puede pasar y se puede contar en más de un año, pero siempre lo urgente le gana a lo importante y vamos dejando de lado lo que puede esperar (aunque no debería).
El cierre del verano me trae de vuelta solo porque sí, porque me encanta saber que ser extranjero en otro continente tiene muchas cosas buenas que decir, entre ellas darte cuenta que cada sitio que conoces es una novedad, con sus buenas y malas. Lugares que dan placer solo por el hecho de estar, por el hecho de permitirte conocerles.
Una niña, sus amigos, la tortuga Casiopea, el maestro Segundo Minuto Hora y los Hombres de Gris son los protagonistas de este libro. Momo puede ser una de las historias más sensibles y a la vez un tanto desconocida del alemán Michael Ende, el mismo autor de Las Historia Sin Fin (Historia Interminable), que a finales de los setenta inmortalizó a Sebastián, Falcor y Atreyu, juntos en contra de La Nada.
Pues resulta que Momo nació en 1973, seis años antes que los famosos habitantes de Fantasía. Más allá del cuento sobre la niña, hay detalles que nos hacen reflexionar durante la lectura, la solidaridad en primer lugar, que tanto ayudaría a tener un mundo mejor, marca la relación de la pequeña con su alrededor.
El universo conspira... 